Si preguntamos a la gente por qué empieza a correr, encontraremos seguro multitud de razones diversas. Muchos lo harán para perder peso, o bajar la tensión arterial, o poner a raya al colesterol, o dejar de fumar, o superar una depresión, en definitiva diferentes motivaciones, todas ellas importantes por sí mismas que justifican el apuntarse a un estilo de vida activo.
Pero todas esas razones por sí solas motivan a corredores que en un porcentaje elevadísimo abandonarán antes de conseguir esos objetivos o incluso después de haber logrado lo que se habían propuesto. La razón que lleva cada vez a más hombres y mujeres a engancharse a la carrera a pie es la misma carrera en sí. Corremos porque disfrutamos corriendo, porque el mero hecho de movernos utilizando nuestras piernas, corazón y pulmones nos produce una sensación de libertad que no tenemos sentados en el sofá ante el televisor. Tenemos también malos días, en que no apetece correr, o en los que salimos y no nos encontramos a gusto con nuestra carrera, pero lo días buenos nos compensan con creces. Tenemos días muy buenos, en los que alcanzamos nuestro particular nirvana, y todo nuestro cuerpo prácticamente flota sin esfuerzo sobre la carretera o el camino. Y, prácticamente siempre, llegamos a casa agotados pero satisfechos, disfrutando incluso tras la ducha del subidón que nos han producido las endorfinas.
Aunque a veces nos haya costado dar el primer paso, dejar el sofá y ponernos las zapatillas de correr... ¿alguien ha llegado a casa alguna vez pensando que no debía haber salido a entrenar?
Pero todas esas razones por sí solas motivan a corredores que en un porcentaje elevadísimo abandonarán antes de conseguir esos objetivos o incluso después de haber logrado lo que se habían propuesto. La razón que lleva cada vez a más hombres y mujeres a engancharse a la carrera a pie es la misma carrera en sí. Corremos porque disfrutamos corriendo, porque el mero hecho de movernos utilizando nuestras piernas, corazón y pulmones nos produce una sensación de libertad que no tenemos sentados en el sofá ante el televisor. Tenemos también malos días, en que no apetece correr, o en los que salimos y no nos encontramos a gusto con nuestra carrera, pero lo días buenos nos compensan con creces. Tenemos días muy buenos, en los que alcanzamos nuestro particular nirvana, y todo nuestro cuerpo prácticamente flota sin esfuerzo sobre la carretera o el camino. Y, prácticamente siempre, llegamos a casa agotados pero satisfechos, disfrutando incluso tras la ducha del subidón que nos han producido las endorfinas.
Aunque a veces nos haya costado dar el primer paso, dejar el sofá y ponernos las zapatillas de correr... ¿alguien ha llegado a casa alguna vez pensando que no debía haber salido a entrenar?
No hay comentarios:
Publicar un comentario